Surrealitybytes

Reflexiones de una mente inquieta

Masa de croquetas

Esta entrada es ficción especulativa.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Son las 4 de la mañana. Tengo los ojos abiertos como platos y un montón de ideas importantes en la cabeza, aunque solo una permanece ahí, terca. La misión ultrasecreta está clara, pero antes hay que descartar los riesgos habituales. Miro debajo de la cama y entre las sábanas: todo despejado, hoy tampoco hay serpientes. El disco ya no gira en la minicadena. Compruebo si mi compinche está disponible. «Pst, Marina, ¿estás despierta?». Se da la vuelta, farfulla, pero no contesta. Desde que se ha hecho mayor duerme como una marmota y ya nunca se apunta a un buen descenso de escalera. Insisto. «Cállate, tengo que madrugar para coger el autobús». Para estudiar bien que se queda despierta. Creo que no me gustan los cambios.

Estoy sola ante el peligro. Con la pericia de una grulla, me levanto poco a poco y abro la puerta, demostrando una delicadeza que desde luego no me caracteriza. La primera en la frente: a mi derecha, una fortaleza cerrada y una luz encendida que se desliza por el suelo. Ya sabemos que mañana, cuando me tire en plancha encima de Javi para recordarle que el baño está libre, no se despertará a la primera. Tendremos que recurrir a las balas de cañón y a toda la sección de viento metal para sacarle de esta.

La puerta está cerrada, pero oigo la voz de Gemma Nierga tan clara como siempre al otro lado de este trozo de madera que tan difícil lo tiene para luchar contra mi manía habitual de caminar dormida. Hoy soy plenamente consciente de mis actos; cuando puedo, no elijo dormir a los pies de la cama de nadie. Entiendo que los médicos tienen que preguntarlo, pero me ofende que piensen que mi aspiración es ser un perro. Suficiente tengo con ser una niña. Una niña con hambre.

Las distracciones no son buenas, aunque este tramo de escaleras es el más fácil. La madera cruje levemente bajo mis pies, pero avanzo segura: todo el mundo sabe que roncar y estar alerta es absolutamente incompatible. No hay monos en la costa. Yo todavía no lo sé, pero el refrán dice otra cosa. Mi versión tiene mucho más sentido, por supuesto: Guybrush Threepwood estaría de acuerdo.

Si algo he aprendido viendo películas es que no hay que dar discursos largos si te ha tocado lo de ser el malo, que es mejor no pararse a sobreanalizar la situación cuando llevas toda la vida estudiándola. Un paso en falso y la puerta se abre. Si la puerta se abre, se acabó la partida. Odio cuando se acaba la partida.

Este descansillo me mata. Hace que haber llegado hasta aquí parezca una tarea inútil. Es como esa plataforma exigua libre de criaturas rodadoras que hay en todos los videojuegos fáciles antes de que se pongan difíciles. Suelo sentirme engañada en estas situaciones y algo me dice que estos 12 escalones encierran alguna trampa mortal, pero no hay tiempo que perder.

Criiiiiiic. Eso ha dolido. Venga, poquito a poco. Clac. Silencio. Ya van cinco. Esto está hecho. ¿Os acordáis de cuando metí la cabeza en la barandilla después de diez mil advertencias para que no lo hiciera y tuvieron que embadurnármela de mantequilla para conseguir sacarla? Puede que no fuera del todo así, pero la narración nunca carece del drama justo y necesario para que ni se me ocurra volver a intentarlo. ¿Qué pasaría si pruebo con mi cabeza de ahora? ¿Cuánto crece mi melón al año? Clonc. ¡Céntrate, estúpida! Ya queda menos.

Estoy abajo. No recuerdo nada de lo que ha sucedido en estos eternos 15 segundos. ¿Cómo he sobrevivido al escalón partido? Me miro el pie: tengo el hueco de la madera marcado en el dedo gordo. Nada irreversible. Una herida de guerra pasajera. Mañana nadie sabrá que esto ha ocurrido, no quedarán pruebas.

Abro la nevera. Creo que nunca había brillado tanto como hoy. Es como si alguien hubiera metido el Santo Grial dentro. O una barrita de plutonio. Es como un atardecer dorado que te da la bienvenida al paraíso. Y ahí en medio, ahí está. La meta. La masa de croquetas. Sin pan, sin forma, sin huevo: solo un plato gigante de harina, leche y jamón serrano enfriándose mientras el pueblo duerme. Cojo un pellizquito mientras me río por dentro. Es increíble lo fácil que es esto. Para dentro. No puedo creer que la gente lo estropee con aceite hirviendo. Creo que nunca he sido tan feliz como ahora.

Me rechupeteo los dedos. Analizo el terreno. Otro pellizquito no puede matar a nadie. Mira, le doy así, con el dedo. Resuelto. Ni se nota. Cubro la masa gentilmente con su sábana transparente. «Buenas noches, croquetas. Nos vemos mañana en el ritual del desperdicio». La cena, para los legos.

No sé cómo he llegado hasta la cama. He tenido un sueño muy raro. La indignación se abre paso. Oigo una voz que viaja desde la cocina por el hueco de la escalera a la velocidad del trueno.

—¡Pero Marina! ¿Otra vez te has comido la masa cruda?

Ventajas de ser la hermana pequeña.

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Comentarios

Un comentario

  • Varias generaciones ya de ladronzuelas de masa de croquetas cruda. El recorrido hasta llegar ahí, sencillamente genial.

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