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Reflexiones de una mente inquieta

Agujeros negros

He descubierto qué es lo que me falta en esta vida: se llama morro. Todo el mundo me lo dice desde los albores de mi humanidad. «Es que no le echas morro». Me siento incapaz de negarlo y también incapaz de cambiarlo. Un factor que sin duda no ayuda es que al menos el 80 % de los expertos en este sutil arte me dan una pena horrible. Me deprime verlos: son como un día nublado en el que no termina de llover. El máximo exponente de la tristeza.

Siempre hay alguien que te recuerda la tranquilidad que da un estómago lleno, por supuesto. Nunca faltan a la fiesta. «Ellos cobran seis cifras, Nieves. ¡Seis cifras!». Cobran seis cifras, sí —los que lo hacen, claro—, pero yo me siento un poco inspectora de True Detective contemplando sus vacíos existenciales. Siempre los veo en la tripa. Me gritan muy alto. Dicen: «¡Mira cuánta miseria, incompetencia e inseguridad hay aquí!». Es aterrador, tanto que a veces he tenido que salir corriendo porque no podía soportarlo.

Pero tienen razón, claro. Sé que es así porque en todas las pamplinas adivinapersonalidades que he tenido que sobrellevar en mi vida como trabajadora, las conclusiones son siempre las mismas: he nacido para la estrategia. He nacido para acumular datos y para liderar equipos. Dice el papelito que podría haber ganado esta partida de ajedrez, si quisiera. Y la siguiente. Y la siguiente, también. Pero no, no puedo.

No puedo porque no tengo morro y no tengo mi propio vacío existencial con ganas de gritar ahogadamente, ni la ambición de llenarlo con cifras y medallas a cualquier precio. Y eso, amigos, es esencial. Lo sé porque, como os acabo de explicar, soy una estratega nata desaprovechada y, como tal, a ratos veo el futuro con una claridad pasmosa. Es un don peligroso.

Jugar a que no entiendo lo que está pasando para vivir otro día funciona, pero es verdad: hasta hoy, todavía no me he equivocado nunca a la hora de intuir cómo acaban las cosas en los negocios. Tengo compañeros que pueden dar fe de ello. Unas cuantas decenas, a decir verdad. Así que, por extensión, parece que yo también soy peligrosa. La utilidad de tus habilidades solo importa cuando sirve a unos fines muy concretos.

Hay cosas, por supuesto, más dolorosas. Ver a otras personas retorcer su dignidad hasta dejarla como un paño seco solo por estar a bien con los vacíos existenciales de otros que, como los agujeros negros que son, acabarán devorándolas… Eso es lo más duro. Es duro porque sabes que van a acabar en el mismo sitio que tú. Porque ellos, los vacíos, siempre están hambrientos. Y no se alimentan de estrellas, no: tragan galaxias enteras. Tanto da quién fueras.

Al final, esto es igual que la gente que te dice que tendrías que maquillarte porque con lo guapa que eres, más guapa estarías. Tendría que tener más morro, porque con lo que sé yo de estrategia, qué rica sería. Pero mis planes son otros y supongo que no caben en la mayoría de los esquemas. Mis planes son seguir diciendo que no al vacío. Hoy, mañana y siempre.

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Comentarios

Un comentario

  • Sin dignidad el ser humano se queda en casi nada, desnudo y sin la suficiente energía para evitar ser absorbido por vacíos ajenos.

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