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Reflexiones de una mente inquieta

El ruido y la furia

Vivimos días extraños. Para mí lo son por el alcance de la enfermedad y no por sus síntomas o sus efectos secundarios. A eso estoy más que acostumbrada. Podría aprovechar esta ocasión para perderme en lo segundo; mirar entre mis costuras y enseñaros mis etiquetas de fabricación y cuidado. Señalar orgullosa esas instrucciones que me convierten, por fin, en el sujeto casi perfecto para sobrevivir a este retorcido experimento que es la vida en la Tierra. Ha llegado mi momento. 80 % introspección, 10 % paciencia, 10 % raciocinio. Manejar con cuidado. Mantener en el hogar a una temperatura máxima de 22 grados, lejos de las multitudes y evitando el contacto. Lavar con colores similares. No usar blanqueador. Secar al aire en un día nublado. Producto certificado a prueba de cuarentenas. Hecha a mano.

He estado tentada, lo admito. Al fin y al cabo, nunca he actuado en un teatro a mi medida y, pasados 15 o 20 o 40 días, es probable que jamás vuelva a hacerlo. Además, algún inútil tendrá que protagonizar el fin del mundo o, al menos, hacer un buen papel secundario: no vamos a cambiar el orden de las cosas a estas alturas. Hay que entretener a las tropas después de un duro día de trabajo. Algún sentido tendrá todo esto. Algo habremos de aprender. Todo pasa por una razón. Déjame dudarlo. No, no me subiré hoy a las tablas, no seré yo quien calavera en mano os explique cuánto de mi mundo hay en este paisaje que a muchos se os antoja triste y desangelado. No os daré lecciones ni sacaré conclusiones. No es el momento. Puede que nunca llegue a serlo. Por ahora, prefiero que pensemos juntos en algo. Luego el director hará lo que quiera, claro.

Hay un sitio en el que estamos todos atrapados juntos, donde creemos llegar a tocarnos. Un lugar donde el ruido habitual me parece ahora ensordecedor. Una cámara de eco infinita que a ratos nos hace esta locura más llevadera y a ratos, la mayoría de los ratos, alimenta nuestras frustraciones, las legitima y las convierte en medallas que lucir orgullosos. El premio al buen ciudadano. Óscar al desahogo más justificado. «Yo sobreviví a la Gran Cuarentena». Un héroe moderno de aspecto mundano. Hay un sheriff nuevo en la ciudad. Mira cómo aplaudo. El experto a toro pasado. Hemos venido todos a quejarnos.

La caja de los truenos no es nueva, hace tiempo que nos viene desquiciando: tú y yo nos hemos caído dentro una y mil veces, para qué negarlo. Si quieres te miento, pero no creo que podamos evitarlo… A menos, por supuesto, que queramos. Decía Concepción Perea el otro día que igual ya toca ponerse socráticos. Llegamos tarde, pero, si nos lo proponemos, llegamos. La biografía de la última persona a la que seguí en Twitter decía así: «Me equivoco. A veces me doy cuenta». Quiero pensar que eso sí significa algo.

Lo mío es parecido: tengo la tecla larga y el cubo de la tolerancia hace tiempo que rebosa, pero dedico unos minutos al día a pensar en qué actitudes me convierten a veces en un soldado involuntario en la trinchera que me he autoasignado hoy, presa de ese belicismo dialéctico del que tanto deberíamos alejarnos, ahora más que nunca. Pero todos tenemos ese puntito licántropo, esa luna llena que nos transforma en monstruos que todo lo arrasan, todo lo destrozan, todo lo devoran. Nos abrazamos a nuestros sesgos, olvidamos nuestros privilegios y nos revolvemos en el lodo del trauma no para acabar cuidándonos ni compartiendo algo positivo, sino buscando el alivio inmediato aun sabiendo que nunca perdura. Yo no siempre logro cambiarlo, pero lo voy intentando.

Y he venido a reivindicarlo: que no todos somos contingentes ni mucho menos necesarios. No vamos a reinventarnos en dos días, con tres tuits o un hilo largo. Y, si lo hacemos, no va a ser ahora, porque esto va para rato. Basta con coger un buen libro, dar un abrazo sentido o cerrar fuerte los ojos e irse a otro lado. A veces todo es tan fácil como no estar. Problema solucionado.

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Comentarios

2 comentarios

  • Erica Fustero

    Una vez más, lo clavas. Y ya hablaremos de esto largo y tendido en nuestro próximo desayuno (que llegará mucho antes de que tú y yo empecemos a aburrirnos en casa).

    • Nieves Gamonal

      ¿Y no será que me miras con buenos ojos? Aquí te espero con donuts y anchoas. Incluso con donuts sobre anchoas. No, mira, eso no…

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