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Reflexiones de una mente inquieta

En aguas agridulces

Hoy hace 365 días que odio Granada. Mi lista de negocios pendientes en esta ciudad lleva años creciendo y me cuesta pensar que eso pueda cambiar en un futuro próximo, a menos que yo, por algún milagro, también lo haga. La cosa es que el tiempo no te espera: eso ahora lo tengo más claro que nunca.

A veces, en cambio, parece que las agujas se detengan. Llega esa llamada que te paraliza, y luego otra, y otra más. No es que fuera la primera: he recibido algunas de esas que hacen que la lejanía habitual resulte de repente insoportable, pero todas han acabado con final feliz y eso siempre otorga una cómoda distancia emocional. Así se cerró cada capítulo, menos este. La última vez que miré la fachada de la Iglesia de Sant Joan del Mercat me puse a llorar, igual que la primera, y así será siempre, para el resto de mi vida. Hay cosas que se saben y ya está.

Algunos días creo que tuve suerte de no estar allí. Suerte de tardar el doble en derrumbarme y de haber podido sostener a los demás cuando nada de lo que hacía o decía me parecía realmente útil. Suerte de haberme quedado atrapada en un limbo extraño del que tampoco podría haber salido aunque quisiera. Suerte de aquel coche con amigos que me llevó directa hasta la realidad. Una realidad que me golpeó en tres miradas como un piano de cola caído de un decimoquinto. Supongo que es mejor caminar como un fantasma por las calles de una ciudad que por los pasillos de un hospital.

Esa conclusión también la saqué entonces y eso es lo que hicimos nosotros en Granada cuando no se podía hacer nada más. No hundirnos en la mierda: caminar. Los que podíamos. Porque a veces moverse parece imposible. A veces te tienes que hundir en la miseria. A veces los arcoíris, las buenas intenciones y las palabras son solo un bálsamo que a ti no te ayuda en nada. A veces te importa una mierda el significado de relativizar. Y así, con nuestro corazón y nuestra cabeza, cada uno gestionamos lo que teníamos delante como pudimos.

Hoy hace 365 días que odio Granada, pero también hace 365 días que aprecio el valor de un respirador y de un equipo médico que lleva a quienes más quieres en volandas. El dolor de una espera que parece que nunca acaba. La soledad de una cama de hospital en una unidad de cuidados intensivos. La fragilidad de nuestras vidas y el peso del aire que respiramos. Y me resulta especialmente irónico que, un año después, las circunstancias nos hayan puesto a todos aquí, en ese mismo lugar. Por ti ya no podemos hacer nada: no olvidar y estar agradecidos del tiempo que tuvimos. Los demás, sin embargo, todavía tenemos una oportunidad. Podemos hacer que todo valga la pena. Podemos aprender algo. Podemos recordar que, donde haya recursos, siempre habrá vida.

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Comentarios

Un comentario

  • Lamento no saber expresar con palabras esos sentimientos compartidos y agradezco que tú lo hagas, de esta manera espléndida, por las dos.

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